martes, 12 de octubre de 2010

Pero qué tonto eres

Hace unos años en España era mucho más habitual oír a un padre decir a su hijo "pero qué tonto eres". Mi sensación es que la cosa se está suavizado y se tiende a usar etiquetas menos duras: pesado, cabezota, trasto, torpe... Algunas veces, se dicen charlando con otro adulto pero en presencia del niño que, al no ser ni sordo ni tonto, escucha y entiende perfectamente el sentido de lo que está oyendo en boca de su padre. De hecho, una de las preguntas que más me hacen desde que nació la bebota es "¿es buena?" y yo siempre dudo cómo etiquetar a mi niña. Después de probar varias respuestas que no me convencían, últimamente estoy añadiendo a mi mejor sonrisa un ambiguo "pues hace todo lo que un bebé de 2 meses tiene que hacer". No sé si es que se entiende implícitamente un "sí" o si es que me dejan por loca, pero parece ser suficiente para el preguntador.

En Estados Unidos, que están de vuelta en muchos de nuestros caminos de ida en estos temas, hace ya muchos años que los psicólogos y pedagogos avisaron del efecto de profecía que ejercía la etiquetación en los niños. Si continuamente decimos a un niño que es torpe, acabará pensando que tenemos razón y será aún más torpe. Si le decimos que es cabezota, acabará creyéndonos y actuando con más tozudez. Y así sucesivamente. Los psicólogos quedaron encantados con su descubrimiento y los padres americanos se dedicaron a alabar a sus hijos: Si le digo que es tonto y acaba actuando como un tonto, pues cuando le diga que es listo, actuará de manera inteligente. Y así con todo. Entonces, los niños americanos pasaron la infancia oyendo lo fantásticos y maravillosos que eran cada vez que conseguían algo. Curiosamente, el efecto de profecía no parecía cumplirse cuando las etiquetas eran positivas: Cuanto más oye un niño lo inteligente que es, menos capacidad tiene de enfrentarse a nuevos retos, menos persistencia tiene en las cosas que emprende, mayor es su miedo al fracaso y, como demuestran en estudios científicos, mayor es el fracaso. Ahí está el callejón sin salida porque entonces ¿qué hacer? Si le resalto lo negativo, lo acabará cumpliendo; pero si le alabo lo positivo, ¿entonces se cumple lo malo también? Una de las respuestas obvias es que es mejor callarse toda etiqueta tanto mala como buena.

Según algunos autores, parece que el problema está en el uso de las etiquetas sobre las que el niño poco puede hacer como su inteligencia o su paciencia. En primer lugar, tenemos que creer nosotros (y nuestros hijos) que la inteligencia, la paciencia o la torpeza son músculos que se entrenan. Tampoco creo que tengamos que caer en el sueño americano de "si quieres, puedes", porque no todos vamos a poder ir a las olimpiadas por mucho que entrenemos (o a conseguir un Nobel, o a ser el santo Job), pero todos sabemos que un ratito en el gimnasio nos deja algo más serranos. Pensemos ahora por un momento que no etiquetamos el resultado sino el proceso: En lugar de alabar su forma física, le animamos a apuntarse a un gimnasio (la inteligencia es plástica) y, de vez en cuando, le reconocemos el esfuerzo que hace cuando va (él puede hacer algo para cambiarla). A un niño que resuelve un problema *difícil* de mates, no le diríamos "qué listo eres", sino "te has esforzado" o "qué bien te has concentrado". Si esto se repite de vez en cuando, se le están enseñando dos cosas del tirón (1) qué estrategias poner en marcha para enfrentarse a un problema, y (2) que él es capaz de usarlas. Cuidado con el matiz que introduce la palabra *difícil* porque los niños nos pillan las mentiras rápidamente y si el problema era una tontería, y el niño lo sabe, y sabe que lo sabemos, nuestros elogios pueden dejar de valer un pimiento. Como dijo una sobrina mía cuando tenía unos 4 años: "Vosotros decís que soy guapa porque sois mi familia".

4 comentarios:

  1. Hartito estoy de ver alabanzas sin fin y sin justificación a los niños del colegio de mis hijos por parte de sus padres. Crean unos monstruos arrogantes e hiperconfiados similares a sus padres. Van por el mundo creyendo que son seres superiores y que tienen derecho a todo, su capacidad para enfrentarse a situaciones nmuevas es cero y su manejo de la frustración o del inevitable fracaso es lamentable.

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  2. Muy dificil eso de encontrar el equilibrio adecuado entre la alabanza y la crítica. Cierto lo de las etiquetas, yo intento evitarlas.
    Sin embargo, creo que, cuando lo son, deben saber que son listos pero para exigirse más. Cuando tienen la capacidad debemos decirselo, no como alabanza, sino para que continuen e incrementen el esfuerzo, buscando la excelencia y ayudando a sus compañeros.
    Yo suelo dar una de cal y otra de arena...me suelo pasar de dura

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  3. Bienvenida, Esther.

    Estoy contigo en que todo esto es bien difícil. Donde discrepamos es en que por decirles que son listos van a exigirse más. Curiosamente, eso es lo que falla en la profecía y dicen los gurús que lo que les pasa es que se estresan y se frustran e intentan mantener esa imagen de listos incluso a base de elegir el camino fácil para evitar los fallos que podrían ponerles en evidencia. Claro que saben que son listos. Pero saberlo no les va a hacer exigirse más. Habrá que encontrar otra manera de transmitirles el valor del esfuerzo, la excelencia o el compañerismo para que vayan en su busca.

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  4. He compartido esta entrada en el Facebook y ya he recibido alguna contestación, la envío:

    "Yo hace años que digo eso mismo. Que tenía que estar penado con cárcel decirle a un niño "pero qué tonto eres"."

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