"Verbalización autorreflexiva" es el nombre que le daban unos psicólogos en el congreso en que he estado la semana pasada a algo que los padres creo que hacemos sin darnos cuenta: ayudamos a que el niño reflexione sobre sus propias reflexiones.
Algunas veces, sucede con preguntas directas (¿quién te lo ha dicho?, ¿lo has visto tú?, ¿lo viste en la tele?): El niño dice mirando al cielo "Estoy buscando el avión" y el padre pregunta "¿has oído uno?". En cierto modo, suponemos que sabemos cómo llegó a esa conclusión: El niño dice "Está lloviendo", y la madre contesta "yo también he visto que caían gotas". Sin casi ser conscientes, hacemos que el proceso que su cabeza ha seguido para llegar a una idea, se haga palpable: He oído el avión y he sabido que había uno en el cielo; He visto gotas en el suelo y he sabido que llovía. Esta reflexión les ayuda a construir ese narrador que tenemos todos en nuestra cabeza y que surge con el lenguaje. Es ese alguien con quien tenemos nuestras más íntimas conversaciones y que nos ayuda a tomar decisiones. Desde decidir qué queremos desayunar, hasta saber cuánto nos costarán estos calcetines con un 20% de descuento.
Ya hace tiempo que se sabe que esta verbalización ayuda en muchos procesos. Por ejemplo, el otro día mi hijo de 4 años me pedía ayuda para hacer la "y" minúscula. Como la hacen con enlaces (pauta Montessori, la llaman), le dije mientras yo la trazaba: arriba, abajo, arriba, abaaaaajo, y arriba. Hizo dos repitiendo la cantinela y, a la tercera, dijo: arriba, abajo, arriba, abaaaajo, lazo, y arriba. Cuando hizo la modificación, supe que ya no estaba oyendo "mi" verbalización sino la suya propia, y que había sustituido a mi narrador por el suyo. Había interiorizado la "y" minúscula.
Lo que este grupo de psicólogos presentaba era que plantearon a los chavales unas hojas con varios ejercicios de cálculo con diferente dificultad pero todos mezclados. A continuación, les daban un tiempo limitado para hacer tantos como pudieran. Al acabar, los chavales hablaban de cómo habían planteado la estrategia: empezar por las sumas, seguir por restas de números pequeños, luego multiplicaciones de un sólo dígito, etc. Tras varias sesiones con todo el grupo, los más lentos o más torpes o peores en mates en general, no sólo habían aprendido de los otros cuáles eran las estrategias para poder hacer más cuentas, sino que ¡las cuentas les salían mejor! Habían conseguido que ese grupo que se plantaba delante de la hoja con la mente literalmente en blanco, hablase con su propio yo sobre por dónde empezar y por dónde seguir. Aparentemente, una vez que comenzaba el diálogo, la cosa fluía mucho mejor.
¿Me lo creo? Pues el experimento como tal, no mucho, y las conclusiones me parecen cogidas "con pinzas". Pero, como siempre me pasa con estas cosas, me quedo con lo que me gusta, y es que ese diálogo es extremadamente poderoso... En cualquier caso, todo esto ya lo decía Vigotsky (Rusia, 1896)
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