martes, 26 de abril de 2011

Como te "ajogues" te mato

Me encanta esa frase de la canción de Sabina.

Acabo de estar de vacaciones unos días y, como siempre, voy mirando niños y padres y cómo se relacionan unos con otros. Como he podido pasear y las calles estaban llenas de gente, me lo he pasado pipa.

Una pareja de desconocidos. La que la chica le hace una monada a mi hija (y la nena devuelve la sonrisa encantada). La chica mira al novio y suelta: "¿Ves, cari, que bonitos son? ¡A ver si nos ponemos!".

Media hora después. Nos cruzamos con una mamá con un niño de 5 ó 6 años que va jugando y se cae. Ella tira del brazo levantándolo en volandas y, mientras amenaza con la otra mano, le dice al chaval: "Como te vuelvas a caer, te parto la cara y ya verás si te haces daño."

Me dio por pensar si la (futura)madre n.1 y la madre n.2 no serían la misma persona pero separadas sólo unos años. Si uno espera que tener un hijo sea llevar un bebé arregladito, oliendo a colonia y sonriendo a diestro y siniestro, pues supongo que luego le cuesta aceptar que se tiren al suelo, tengan arena en el pelo y tengan muy mal humor cuando están cansados (o cuando tienen hambre, o sed, o cuando en el baño les entra jabón en los ojos, o cuando no te han visto en todo el día, o cuando no los escuchas porque estás hablando por teléfono, o cuando ni siquiera ellos saben por qué). Debe ser tan grande la decepción que, en cuestión de dos o tres años, pasan del enamoramiento de ese bebé tan adorable que está mucho más espabilado que el hijo de la vecina (y come más, y duerme mejor, y hace más palmitas), al "Como te ajogues te mato". Y, entonces, el niño de la vecina empieza a portarse mejor, sacar mejores notas y quedarse más quietecito cuando su madre se lo dice. La hierba siempre es más verde un poco más allá.

Conciliación

Hace unos meses tuve un congreso en Aveiro, en Portugal. Tras mandar la cartilla de vacunación y el DNI de mi bebé lactante, aparecí allí una mañana, dejé a mi niña en la guardería de la universidad y me fui a trabajar. Cuando la nena tenía hambre, las cuidadoras me llamaban para que fuera a por ella. En una sala de lactancia (pequeña, pero correcta) coincidía algunas veces con una chica española a la que, al haber nacido su hijo allí y no haber conocido más que eso, le parecía lo normal ir tan tranquila a trabajar. Se separaba de su bebé las horas estrictamente necesarias y mantenía con naturalidad una lactancia de, entonces, 8 preciosos meses.

No sé si en Portugal tienen o han tenido tanta política y tanto ministerio y tanto soniquete de igualdad como en España. Ni lo sé, y -como dice mi sobrina- ni falta que me importa. Lo que sé es que tengo que ir en breve a trabajar 3 días a Madrid. A un organismo dependiente del Ministerio de Educación. Les he preguntado ayer por teléfono si tenían guardería propia, o cerca, o en otro Ministerio porque voy con un bebé lactante. Mi contacto (un hombre, por cierto), me dice que me llamarán con la respuesta, pero que nunca se les ha dado "el caso". Una vez identificada una madre con bebé lactante como "un caso", me llaman del Ministerio hoy (una mujer, por cierto) para aclarar que, por supuesto, ni hay guardería, ni ellos cubrirían ese cargo, por lo que me insta a que tome rápidamente la decisión de si puedo ir o no para llamar a mi sustituto. Entonces, yo le aclaro que sólo quería saber si me iban a poner fácil o difícil la conciliación y que no llamen a nadie porque soy una persona con recursos, y no "un caso", y que nunca pensé que me fueran a pagar el gasto de guardería (Dios me libre). Le explico que ya he lanzado a mis conocidos madrileños el aviso de que estoy buscando un canguro que pueda quedarse con la niña durante las horas en las que tengo que trabajar. Le explico que sé de qué va esto de las políticas de conciliación en este país cuando se llevan a la práctica: Búscate la vida.

A todo esto, no he conseguido que ninguno de mis dos contactos ministeriales me aclare, en el horario de 9 a 19 que nos han indicado para esos días, a qué hora comemos y cuánto tiempo tenemos en ese hueco. ¿Será que en el Ministerio trabajan 10h/día? ¿o que nunca nadie pensó en sustituir las 2h de la comida con café, copa y puro para escaparse a conciliar con su bebé?

lunes, 4 de abril de 2011

Verbalización autorreflexiva

"Verbalización autorreflexiva" es el nombre que le daban unos psicólogos en el congreso en que he estado la semana pasada a algo que los padres creo que hacemos sin darnos cuenta: ayudamos a que el niño reflexione sobre sus propias reflexiones.

Algunas veces, sucede con preguntas directas (¿quién te lo ha dicho?, ¿lo has visto tú?, ¿lo viste en la tele?): El niño dice mirando al cielo "Estoy buscando el avión" y el padre pregunta "¿has oído uno?". En cierto modo, suponemos que sabemos cómo llegó a esa conclusión: El niño dice "Está lloviendo", y la madre contesta "yo también he visto que caían gotas". Sin casi ser conscientes, hacemos que el proceso que su cabeza ha seguido para llegar a una idea, se haga palpable: He oído el avión y he sabido que había uno en el cielo; He visto gotas en el suelo y he sabido que llovía. Esta reflexión les ayuda a construir ese narrador que tenemos todos en nuestra cabeza y que surge con el lenguaje. Es ese alguien con quien tenemos nuestras más íntimas conversaciones y que nos ayuda a tomar decisiones. Desde decidir qué queremos desayunar, hasta saber cuánto nos costarán estos calcetines con un 20% de descuento.

Ya hace tiempo que se sabe que esta verbalización ayuda en muchos procesos. Por ejemplo, el otro día mi hijo de 4 años me pedía ayuda para hacer la "y" minúscula. Como la hacen con enlaces (pauta Montessori, la llaman), le dije mientras yo la trazaba: arriba, abajo, arriba, abaaaaajo, y arriba. Hizo dos repitiendo la cantinela y, a la tercera, dijo: arriba, abajo, arriba, abaaaajo, lazo, y arriba. Cuando hizo la modificación, supe que ya no estaba oyendo "mi" verbalización sino la suya propia, y que había sustituido a mi narrador por el suyo. Había interiorizado la "y" minúscula.

Lo que este grupo de psicólogos presentaba era que plantearon a los chavales unas hojas con varios ejercicios de cálculo con diferente dificultad pero todos mezclados. A continuación, les daban un tiempo limitado para hacer tantos como pudieran. Al acabar, los chavales hablaban de cómo habían planteado la estrategia: empezar por las sumas, seguir por restas de números pequeños, luego multiplicaciones de un sólo dígito, etc. Tras varias sesiones con todo el grupo, los más lentos o más torpes o peores en mates en general, no sólo habían aprendido de los otros cuáles eran las estrategias para poder hacer más cuentas, sino que ¡las cuentas les salían mejor! Habían conseguido que ese grupo que se plantaba delante de la hoja con la mente literalmente en blanco, hablase con su propio yo sobre por dónde empezar y por dónde seguir. Aparentemente, una vez que comenzaba el diálogo, la cosa fluía mucho mejor.

¿Me lo creo? Pues el experimento como tal, no mucho, y las conclusiones me parecen cogidas "con pinzas". Pero, como siempre me pasa con estas cosas, me quedo con lo que me gusta, y es que ese diálogo es extremadamente poderoso... En cualquier caso, todo esto ya lo decía Vigotsky (Rusia, 1896)