jueves, 24 de febrero de 2011

Tiempo de calidad

He hablado con el rector de mi universidad. Le he dicho que muchos psicólogos, pediatras y opinadores de revistas afirman que lo importante no es el tiempo que paso con los alumnos, sino que ese tiempo sea de calidad. Le he dicho que voy a dar una de cada dos clases. Pero con calidad. Que las clases que dé, serán mucho más intensas y les dedicaré toda mi atención.

¿Qué? ¿Que no cuela?

Pues hay muchos padres que se han agarrado a la idea como a un clavo ardiendo. Será porque así pueden no-conciliar la vida laboral y familiar pero no sentirse culpables por ello. Es la manera de llegar a casa a las 20 (bien el padre o bien el hijo -que viene de una sesión maratoniana de extraescolares-) y no sufrir por ello (el padre, of course). Claaaro, es que el ratito que están con sus hijos es de muchísima calidad. No como el de esos que no trabajan o lo hacen con reducción de jornada o hacen malabares con las reuniones para llegar antes a casa. Esos están con sus hijos muchas horas, pero los miran de soslayo. Y eso vale la mitad.

lunes, 14 de febrero de 2011

Deberes II

Las madres suelen ser más pacientes; pero, entonces, se perfila otra trampa: el niño puede contentarse con escuchar distraído --todavía más distraído-- en clase, con la seguridad de revisar la lección con la madre, que le explicará lo que no haya entendido. Poco a poco, va apoyándose cada vez más en esta muleta siempre presente y ni siquiera hace el esfuerzo de seguir la clase. Todo el mundo sabe que tendrá la tentación de ser menos puntilloso con la ortografía si tiene la garantía de que un corrector haga su trabajo y retome todo el texto en busca y captura del menor error. El niño que siempre recibe ayuda se encuentra constantemente en esta situación, de modo que ya no sabe escuchar asiduamente una clase y tratar de entenderla sobre el terreno, como si uno no se esforzara por acordarse de un itinerario si tuviera siempre al lado a un guía que le indicara el camino que debía seguir. Privado de sus directrices, uno se pierde completamente.


Es una dimisión permanente, de la que nadie es consciente, hasta el momento en que la enseñanza supera la competencias de la madre, que estudió latín y griego, pero no recuerda nada del programa de matemáticas; aún puede explicar una etimología, pero no una integral. El niño aterrado, que pensaba que esa ayuda sería eterna, vive su ignorancia como si se tratara de una catástrofe. Escucha las palabras de aparente sentido común que le dirigen con tono comedido: <<Ahora eres mayor; durante mucho tiempo te he enseñado cómo trabajar, puedes continuar solo perfectamente>>. Y se hunde. Tal vez sea <<mayor>>, pero no sabe cómo trabajar y esta ayuda que se zafa de repente agrava todavía más el problema. Hasta el momento, <<trabajar>> era que mamá le explicara todo lo que no había entendido, o no había escuchado, o no había comprendido, era repetir las clases con una experta profesora particular que sabía cómo ayudarle. La yunta se deshace y deja tan perdido a quien debe continuar el camino como si nunca hubiera conducido en la vida.


Justificar su actitud diciendo <<Si no voy detrás de él, no hace su trabajo>> resuelve el problema en un primer momento, pero impide encontrar una solución eficaz. El niño debe aprender a trabajar por sí solo.

Extraído de "Niños superdotados. La inteligencia reconciliada", de Arielle Adda y Helene Catroux.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Perdona que no te haya comprado una piruleta

A la entrada y la salida del cole se ven muchos modelos de padres y muchos modelos de hijos. Los hay que llegan caminando tranquilamente de la mano, los hay que bajan del coche a gritos, los hay que entra el padre y al rato el hijo... vamos, de tó. Hace unos días, a la salida, una madre cogió en brazos a su pequeño (de unos 3 años) para ir hacia el coche. En el trayecto, el niño pregunta "¿Me has traído una piruleta?". La madre responde "Ay, es que no he podido". Sin mediar palabra, el niño abofetea a su madre. Tal cual. Aprovechando que le queda cerquita porque va en brazos. Con la manita bien abierta. La madre responde con una tímida sonrisa "Pero he comprado pan, que te gusta mucho".